La Revolución Francesa inició cuando las masas ciudadanas, empobrecidas y sometidas, se opusieron al poder feudal, desobedecieron la autoridad de la monarquía y encendieron la mecha del cambio histórico.
Así, derrocaron el gobierno aristocrático y emprendieron la caótica construcción de una sociedad basada en los derechos fundamentales de todos los seres humanos.
Sin embargo, no todo acabó ese mismo año, sino que duró unos diez años (1789-1799) de cambios violentos y organización popular, durante los cuales se dictaminaron los primeros derechos universales del ser humano, se le arrebató a la Iglesia Católica mucho del poder que detentaba y se redactó la primera constitución republicana de la historia occidental.
Tantos eventos, desde luego, no se dieron sin un margen importante de violencia, tanto por parte de las tropas de la corona, que dispararon al pueblo insurrecto, como por filas revolucionarias que guillotinaron a los reyes y sus edecanes, junto con aquellos ciudadanos leales a la monarquía o a quienes luego hallaron culpables de ser contrarrevolucionarios, durante un período conocido como “El terror” (1792-1794).
Además, la naciente república francesa tuvo que enfrentar la intervención de enemigos foráneos como los ejércitos de Austria y Prusia, que acudieron en defensa de la monarquía, temerosos de que ocurriera algo similar en sus propios países.
La Revolución Francesa tuvo su fin con la toma del poder por parte de Napoleón Bonaparte, un general revolucionario que dio un golpe de Estado para devolver el orden a la convulsa República Francesa, proclamando poco después su propio Imperio y lanzándose a la conquista de Europa.